jueves, 9 de febrero de 2012

Desaprender...





Foto: Pavel Sorojin



Todos los cuerpos celestes son necesarios. Si uno desaparece bruscamente, el conjunto se desestabiliza.


La primera vez que reparé en su presencia, ya sentí la necesidad de conocerle. Cada vez que entraba por los pasillos de la oficina donde trabajaba yo entonces, un sexto sentido hacía que levantase mi cabeza y dirigiese la vista hacia él. Lo seguía con la mirada. Normalmente iba ensimismado, pensativo. Quizás atribulado por el peso de sus problemas personales. La cara, espejo del alma. Y ya entonces portaba un bolsón en bandolera que no era habitual como hoy lo es, en la mayoría de los tíos. Y un libro. Siempre llevaba un libro en la mano. Por lo general acudía a buscar a uno de mis compañeros al que conocía, probablemente requiriendo información nunca supe bien de qué. Había algo en su modo de caminar que me resultaba, como todo él, sedante. Y la gente que me produce ese efecto, me atrae siempre. Me reconfortaba verle aparecer.


Sólo una vez se dirigió a mí para preguntar por mi compañero. Quiero recordar que me dijera algo así como -dile por favor que estuvo aquí Daniel preguntando por él, intentaré volver más tarde-. Con pesar he de decir que no tengo registro de su voz. No la recuerdo. Sólo su imagen en movimiento.
Entonces no era consciente de que somos portadores de reglas no escritas que vamos mamando desde que nacemos y que determinan las más de las veces todo nuestro comportamiento. Protocolos no demasiado evidentes que ponen bridas a lo peor de nosotros, pero indudablemente, también a lo mejor que llevamos dentro. Como es el caso.


Todo acabó la mañana en que lo supimos. Pellizco de dolor en mi alma. Tiestos rotos. Se había tirado por el balcón de su domicilio. Se fue. De una forma tan violenta como inesperada. El por qué lo hizo es lo de menos. Sólo él pudo saberlo realmente. El resto, son conjeturas.


Me preguntareis por qué hablo de Daniel ahora, años después. Pero tendréis que creerme si os digo que, francamente, no lo sé. Sólo que últimamente le recuerdo con frecuencia. Y, al hacerlo, no dejo de reprocharme de alguna forma, el haber sido tan absurdamente convencional como para no tener suficientes agallas para espetarle algo así como: -tío, ¿dónde hay que inscribirse para ser amigo tuyo? Porque me apetece cantidad conocerte, ¿sabes?-. Así. Tan sencillo como eso. Siempre sentiré no haberlo intentado.


Y es que nunca sabemos cuando será la última oportunidad de ver, de estar, con alguien. De decirle que nos importa y muy mucho. Hay trenes, que hay que cogerlos cuando están delante de nosotros en el apeadero. Y subirse a ellos aunque sea en marcha. Porque no sabemos cuando vendrá el siguiente. Ni siquiera si pasará alguno más...


De alguna manera, su desaparición me hizo comprender que hay cosas que es conveniente desaprender. Decidí que, en adelante, sería más osado en mis relaciones con los demás. El recuerdo de Daniel me serviría como ejemplo de qué no debía volver a hacer. Nunca más desperdiciaría la oportunidad de oro de conocer a aquellas personas que ciertamente me apeteciera conocer. Entendí que, del mismo modo que no elegimos el país donde nacemos, la familia que nos toca, los compañeros de trabajo, ni los vecinos que nos rodean, frutos todos del azar y de la casualidad, sí hay algo en lo que podemos intervenir con plena voluntad: quienes serán los seres que queremos cerca, muy cerca de nosotros, acompañándonos en el viaje de la vida. Nuestras parejas. Nuestros amigos. Y que elegirlos es, además de toda una aventura, algo a lo que había que imprimirle a todas luces atrevimiento.


A estas alturas, no hace mucho un amigo al que quiero bien vino a decirme –mira que eres osado… Por supuesto que sí –contesté. Me costó desaprenderlo....




©narbona

domingo, 5 de febrero de 2012

Eres...








Foto: Jelena Vonoga




A veces,
tan sólo ya a veces,
Eres,
cuando me duermo,
mi último pensamiento.

A veces,
tan sólo ya a veces,
Eres,
cuando te sueño,
todos mis sueños.

Pero…
A cada despertar,
verte sonreírme:
es, aún,
mi primer deseo.






©narbona

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