enRED@dos...
El rítmico movimiento la despertó. Siempre tenía frágil el sueño. Y Julio lo sabía. Sabía que masturbarse en la cama, con ella durmiendo a su lado terminaría de ese modo. Pero a esa hora siempre tenía ganas. Y la erección que presentaba al amanecer no tenía parangón con las que tuviese a lo largo de la jornada cuando por cualquier motivo algo lo estimulaba. Esta mañana no pudo contenerse al tocarse –siempre lo hacía al despertar-. Ardía en deseos.
-¿Qué haces...? –le dijo dándose a medias la vuelta con cara de sorprendida. Soñolienta aún.
-Me masturbo…. ¿O es que no lo ves? –contestó desafiante.
Se levantó de la cama mientras ella mascullaba algo. Cerdo, fue lo único que le entendió. ¡Joder! Ni comes, ni dejas comer –exclamó ya en el baño, aunque por el tono y la puerta ya cerrada solo se escuchase a sí mismo. Terminó lo que había empezado entre las sábanas bajo el chorro de agua de la ducha. A estas alturas había llegado a la conclusión de que en su sexo mandaba él.
Tras afeitarse, se aplicó unas gotas de crema bajo los párpados para mitigar las arrugas. Aunque ella nunca decía nada, Julio tenía la percepción de que el gusto por el cuidado personal al que por último se entregaba la molestaba de alguna manera. El estereotipo de que las mujeres los prefieren amén de sumamente aseados, cuidadosos en el vestir, parecía que con ella no funcionaba. ¿Tal vez porque sospechaba que todo esto era la punta del iceberg del nuevo mundo que él estaba descubriendo ahora, en su plena madurez? Quizás en el fondo todo esto no fuese sino un vano intento de él por recuperar el tiempo perdido. De lo que no cabía ninguna duda era que por último su aspecto físico había mejorado notablemente fuera lo que fuese lo que lo motivase.
El café recién hecho por él estaba caliente. Humeante. Le gustaba tomarlo así. De pié frente a la ventana y sin terminar aún de vestirse. Mientras daba sorbos pequeños a intervalos no exentos de ritmo, para que no se le enfriase demasiado, contemplaba a través de la ventana de la amplia cocina el despertar de la ciudad a su actividad frenética diaria.
Pensó en el mucho tiempo que hacía que no lo hacían. En algún momento, tiempo atrás, la puso a prueba: Veremos cuanto tardas en requerirme tú a mí –se dijo. Y esperó. Pacientemente. Se aburrió en la espera. Y llegó un momento en que él dejó de llamar a su puerta. Pero ahora estaba cansado. Cansado de practicar el sexo en solitario y a escondidas, como si fuera un adolescente. Cansado de recurrir en el fragor de la madrugada a ver pornos para calmar su deseo cuando le apremiaba. Durante demasiado tiempo había sido así. Ahora empezaba a tener la percepción de que las cosas no tenían por que ser de ese modo. Que quizás no se trataba tanto de la tan traída y llevada argumentación de que hombres y mujeres tenían una sexualidad muy diferenciada. Simplemente, empezó a pensar que no había encontrado a su media naranja en lo tocante al sexo. A la horma de su zapato. A su complemento adecuado.
Quizás el mayor problema de los tíos –pensaba mientras frenaba por el semáforo en rojo-, había sido siempre la falta de confidencias con otros tíos, o con los propios amigos. Pareciera que cualquier dato que se dejasen caer les pudiera hacer más vulnerables ante sus conocidos. O tal vez a sentirse un poco idiotas. Vete a saber.
Hasta ahora. Porque Internet le había dado un vuelco a todo. Desde el más estricto de los anonimatos podías hablar de lo más íntimo con cualquiera. La interactividad era la clave. Y habló. Y mucho. Descubrió que le era mucho más fácil tirarle los tejos a un tío que a una mujer. Admitiendo que de alguna forma se acercaba a la verdad el comentario que escuchó a uno de los compañeros de la central, experto en eso de bucear por la red de incógnito y con diversos disfraces. Al parecer no iba del todo mal encaminado. El individuo sostenía que cada sexo conoce y entiende sus propias claves eróticas y sus necesidades mejor que el opuesto. Y que al igual que una mujer sabe mejor que nadie qué hacer para dar placer a otra, con los hombres pasaba lo mismo. Así fue como se inició en el mundo de las conversaciones sobre asuntos que le importaban, con la gente más variada, a través de ese enorme tinglado de comunicaciones que formaba internet. Exploró campos. Y así fue como conoció a Raúl_28 en un Chat al que entró movido por la curiosidad. Semáforo en verde. Pitadas para que arranque. Vale… vale… ¡Joder, que prisas!
La primera vez que éste le picó, mientras fisgoneaba las conversaciones no privadas, Julio se apresuró a apuntarle que tenía más edad que él, pensando que tal vez no le interesara hablar con alguien que le sobrepasaba en años. Rápida y agradablemente, Raúl le manifestó que para mantener una buena conversación la edad no era, al menos para él, el factor principal ni determinante. Al margen de que solía sentirse especialmente cómodo y más a gusto con la gente mayor que él, tenía la convicción de que la madurez no iba las mas de las veces en consonancia con la edad cronológica de los individuos –le indicó con la sabiduría propia de quien posee una cabeza bien amueblada.
Conectaron a la perfección. Poco a poco y después de un tiempo en el que se hicieron frecuentes los encuentros por la pantalla del ordenador, entraron en el terreno de las confidencias personales. Y un cierto afecto se iba instalando en Julio por la persona de Raúl. Quizás supliendo, de alguna manera, el que empezaba a echar en falta en casa. Y lo que era mejor: sentía que a Raúl le pasaba algo similar. Pero lo que más le seducía del joven era la buena química que existía con él a la hora de mantener conversaciones con alto contenido erótico. Ambos se engancharon a esa dinámica. Sobre todo a raíz de aquella tarde en que Raúl le espetó –Me pones tanto que me estoy masturbando tío-. Yo también tío. Yo también –contestó Julio. Inexorablemente eso marcó un punto de inflexión que les enganchó más aún.
Abrió la puerta. Le gustaba la sensación de ser el primero en aparecer. Llegar cuando aún nadie había hecho acto de presencia y sentirse dueño y señor de todo el espacio que comprendía la oficina. Mientras se activaba su ordenador, levantó persianas y abrió ventanas para ventilar y refrescar el lugar. Luego, como cada mañana, lo primero que hizo fue abrir su cuenta privada para ver el correo. Porque además de chatear con Raúl desde la oficina -siempre por la tarde que era cuando menos personal y actividades había-, mantenía una asidua correspondencia electrónica con él. Esta mañana tenía un solo mensaje suyo: Estaré conectado a partir de las 11:00 ¿podrías conectarte tú? Besos -era lo único que decía.
Aproximadamente a esa hora, y mientras intentaba a duras penas seguir la actividad programada en su agenda, intentando concentrarse en un informe que le habían pasado, sintió el agradable y familiar tintineo de su pantalla indicándole la entrada de Raúl.
-Hola. Buenos días. ¿Te interrumpo? –escribía éste.
-Bueno, ando algo liado. Pero tranquilo. No te preocupes. ¿Qué sucede? Sabes que habiendo tanta gente en la oficina no me gusta hablar por aquí. –le contestó.
-Antes que nada: Ayer me lo pasé en grande. Bueno.... lo pasamos bien. ¿No? –vuelve a escribir Raúl.
- Yo, sí. –le confirma Julio rotundo.
-Sabes siempre qué teclas tocar para ponerme muy cachondo –insiste Raúl.
-Bueno… tampoco tú te quedas atrás en esa cuestión –le indica Julio.
-No me corrí: me desparramé –dice Raúl.
- Jejejeje... Yo también. Fue bueno. Y lo sabes –añade Julio.
-Lo sé. ¿Te imaginas como puede ser hacerlo de verdad? En serio: ¿aún no quieres que te de mi móvil y me llamas? –insiste Raúl.
-No. Nada de teléfonos –escribió Julio. Pensaba que si ya era grave mantener una relación a escondidas, más lo era que esa relación fuese entre dos personas de igual sexo, como era el caso. A pesar de la confianza que Raúl le profesaba, no terminaba de tener claro eso de darle su principal fuente de localización. Sabía que haciéndolo se iba a sentir constantemente vulnerable. Y esa inseguridad relacionada sobre todo con su esfera laboral era algo que no llegaba a amasar por más vueltas que le daba.
-Está bien. Puedo entenderlo. Ya se que estás casado. Pero quiero verte. Sentirte. Estoy deseando tocarte, tío –suplica Raúl.
-Pero... ¿y si no nos gustamos? ¿Y si la química que por aquí tenemos no se da luego en persona? Temo mucho esa cuestión –teclea Julio.
-Tranquilo. Te gustaré. Ya lo verás. Fijo que sí. Pierde cuidado. –contestó Raúl.
-Además, ¿cómo hacemos para vernos? No sé si estoy preparado para esto....
Julio cortó la conexión bruscamente. En cuanto vio venir a Alicia acercándose decididamente a su zona de trabajo. Es posible que fuera una reacción algo infantil por su parte. Pero quien no tiene alguna al cabo del día –se justificó algo más tarde al pensar en ello. Fue algo instintivo. Automático.
Después de revisar con ella un par de asuntos pendientes, pasaron a una reunión que le mantuvo ocupado y rodeado de gente prácticamente toda la mañana. En cuanto tuvo un resquicio abrió nuevamente el messenger a sabiendas de que Raúl no estaría ya conectado. Sin embargo comprobó que tenía un nuevo mensaje de él. Le explicaba que había estado esperando un rato pero que tenía que salir. Que en realidad había querido chatear con él porque tenía una propuesta que hacerle. Disponía de sitio. Y con la discreción que creía que Julio precisaba. Le daba una dirección en donde le esperaría hasta las ocho de la tarde como mucho. No tendría que preocuparse. Era el apartamento de un colega de carrera que le había dejado la llave y que estaría en su pueblo durante toda la semana. Vente... por favor –terminaba suplicante Raúl. Y subrayaba la palabra por favor.
Tomó nota de la calle y del número y lo introdujo en su cartera. Aún cuando no tenía ninguna seguridad de que fuese a ir, dado lo poco amante que era de introducir imprevistos en su agenda mental diaria, el mero hecho de anotarlo en un papel era un indicativo de su predisposición a hacerlo. Descubrió una nueva soltura, un cambio de actitud más fresco y espontáneo, solo por ese detalle, en su comportamiento.
-Oye, no iré hoy a comer -le indicó a su mujer por teléfono desde su mesa. He quedado con un cliente. Estaré ocupado toda la tarde. Nos vemos a la noche –terminó diciéndole.
-Ah, pues muy bien. El niño tampoco viene. Llamaré a Marga. No me apetece comer sola hoy. Además, mira por dónde podré ver la película que quiero. Te dejo. –respondió ella colgando. Tono final seco, cortante.
Se dejó recostar en su sillón con la mano en la frente apoyándose en el brazo del mismo. ¿Cuando fue que empezaron a ir mal las cosas entre ellos? –se preguntó Julio algo decaído. Por el tono de su voz podía imaginar su cara. Y su pensamiento. Ya casi siempre el método de comunicación entre ellos eran las frases punzantes de ella -que siempre sabía dónde apretar para que el destrozo fuese más dañino-, y los silencios con el ánimo derrotado de él en el mejor de los casos. En un intento de no entrar en el juego. De dejarlo estar. Hacer como que no había oído nada. Pero ella sabía siempre cómo conseguir bajarle la autoestima a niveles ciertamente insoportables por último.
Salió sobre las dos y algo. Alejándose un poco de las cafeterías del entorno de la oficina, por lo general frecuentadas tanto por los conocidos de su mundillo laboral como por sus compañeros. No le apetecía para nada que nadie le distrajese con ninguna conversación a la que a buen seguro no iba a prestar atención. Conocía bien ese aspecto de sí mismo. Y cuando algo le preocupaba se abstraía con suma facilidad. Tarde o temprano su interlocutor hubiese notado su evasión de la conversación. Lo siguiente serían preguntas del tipo “¿te pasa algo?”. Con la consiguiente incomodidad por su parte por tener que dar explicaciones falsas. El era así. Su cara era siempre fiel reflejo de lo que aconteciera en su interior. Estaba nervioso sólo de pensar que en cualquier momento se produciría el tan temido como deseado encuentro.
Agradeció al entrar la bocanada de frescor proporcionada por el aire acondicionado. Aunque no recordaba haber entrado nunca en aquel local, le gustó más que nada porque había la gente suficiente para pasar inadvertido sin que el número de personas fuese tanto que le agobiase. No era capaz de ingerir algo superior a un simple bocadillo. Aunque no era persona de comer de bocadillos. Pero la ansiedad le trastocaba el apetito. Se decidió por un Pan de la Casa. Más ligero y al menos no era un plato frío. Jamón serrano sobre unas rebanadas de pan tostado en el instante, impregnado de tomate natural y un chorreón de aceite. Mientras sorbía la cerveza helada, se fijó en dos chicos sentados en una mesa algo distante a la barra donde él estaba sentado sobre un taburete. Justo en ese instante vio como uno de ellos se levantó como para marcharse. Se aproximó al otro y deposito un suave y cariñoso beso en sus labios. Ese simple acto de ternura le hizo recordar el tiempo que hacía que no lo sentía sobre sus carnes. De la primera sensación de tristeza momentánea pasó de pronto a decidir que se vería con Raúl. Pensó que en breves momentos quizás él estaría rozando sus labios. Le apetecía. Tanto, que notó que el corazón le palpitaba aceleradamente. Sus dudas se disiparon definitivamente.
Aún cuando habían caído por la mañana las primeras gotas de agua anunciando el fin del verano, y el cielo mostraba a primeras horas de la tarde el genuino encapotamiento gris plomizo, propio de Septiembre, seguía haciendo un calor insoportable.
Mientras pagaba al taxista desde la parte trasera del vehículo, no dejaba de mirar hacia fuera. No había querido dar la dirección exacta para no parar justo en la misma puerta del lugar indicado por Raúl. Así, caminando le daría tiempo a tomarle el pulso a esa zona. Era una parte de la ciudad que jamás frecuentaba aunque le era conocida de pasar alguna que otra vez con el coche. Tenía el suficiente bullicio callejero –a pesar de la hora-, como para pasar completamente inadvertido, su auténtica obsesión. En cuanto vio el número del edificio de apartamentos que buscaba se acercó con aplomo. Justo en el instante en que miraba el pulsador se abrió la puerta. Un chico salió de su interior. Momento que aprovechó para entrar. Ascensor con nervios. Cuarta planta. Temblaba interiormente. En el rellano, silencio. Comprobó la nota de su puño con la dirección, no fuera a equivocarse. Delante de la puerta duda de nuevo. Finalmente pulsa. El eco del timbre le hace pensar que el piso no debe tener demasiados muebles por lo a hueco que suena. El típico apartamento estudiantil –imagina. Mientras siente que el estómago se le llena de mariposas, unos pasos firmemente decididos se acercan hasta abrir la puerta de un tirón.
-¡¡¿Nacho?!!
-¡¡Papá...!!
©narbona
5 comentarios:
No me esperaba el final, para nada. Genial. Un beso.
Muy bueno tu relato. Consigues 'enganchar' desde el principio, mantienes un ritmo creciente y el desenlace esperado no deja desconcertados. Muy, muy bien.
Enhorabuena.
Vaya flash!!!!!!!!! Genial el relato, narbonilla!!!!!
Veo que sigues en forma, y me encanta leerte.
Besos enredados.
Florinda
Jejeje, buenísimo.
Recordé que tenías otro blog y repasando la memoria te enconté.
Sigo publicando en terrablog. Desde mi sillón por si puedes y te apetece pasar por allí.
Estoy recuperando poco a poco a los del patio después de lo imposible que es gestionar aquel blog o dejar comentarios en los de los demás.
Un fuerte abrazo
Me ha enganchado hasta el final. Esos finales... son de los que me gustan. Lástima, te había perdido la pista. Ha sido un placer volver a leerte. Nos vemos.
Un abrazo/
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