Mundos paralelos...
Foto: Tony Pramudya Mahendra
Se despertó. Pero al hacerlo Nicolás supo que no tenía fuerzas ni para comprobar qué hora era en el reloj fluorescente de su mesilla. Sentía como si un camión le hubiera pasado por encima. Pero lejos de notar dolor, lo que percibía eran restos de pulsiones placenteras. Sabía que había tenido un orgasmo. Y por lo mojado que estaba, sospechó que podría haber tenido el orgasmo más increíble de su vida. Aquello no era una simple polución nocturna propia de adolescentes. También hacía mucho que eso quedó atrás. Ladeó lentamente su cabeza hasta comprobar que ella estaba dormida profundamente a su lado. Y nada podría haber hecho pensar que había participado en la fiesta. Una cosa tenía claro: la humedad que se tocaba por todas partes, y subrayo lo de todas, era semen licuándose tras dejar de ser viscoso. No recordaba nada. Presa de la incertidumbre, tiró de la sábana para cubrir su habitual desnudez y permaneció quieto. En silencio. Mirando la oscuridad.
Hay cosas de las que no nos atrevemos a hablar. Decirlas de viva voz puede llegar a hacernos parecer ridículos. Y llegar a poner en jaque y en entredicho la mayor o menor fama que podamos tener de personas sensatas y con la cabeza razonablemente bien amueblada. Por eso no se mencionan. Pero están ahí. Porque no por no mencionarlas dejan por ello de existir. Formando parte de lo que somos. Determinándonos.
Su primer trabajo pagado consistió en hacer encuestas sobre hábitos de consumo en la población para una empresa privada. La selección de las viviendas a visitar seguía un rígido patrón protocolario. Y aquel trabajo le permitió constatar que personas que vivían a escasos metros unas de otras, separadas a veces por un simple rellano de escalera, se comportaban y así vivían con cánones tan dispares entre sí que pareciera que vivieran en mundos bien diferentes. Llegó a la conclusión de que probablemente hubiera muchos mundos. Juntos en el tiempo. Paralelos, porque no estaban revueltos. Y ese paralelismo lo trasladó para definir, y de algún modo hacer comprensible –al menos para sí mismo-, aquellas cosas que formaban parte de un mundo oculto del que nunca hablaba.
Sin embargo, había un episodio más reciente. No hacía tanto que sucedió. Cuando estuvieron a punto de operarle sin que al final llegaran a hacerlo. La víspera, una de esas presencias se acercó hasta él y depositó un beso sobre su frente de una forma absolutamente amorosa. Casi maternal, se podría decir. A partir de ese mismo momento, una paz interior le embargó hasta quedar eliminado todo temor a entrar en el quirófano. Sus nervios desaparecieron definitivamente.
A estas alturas, no tenía ninguna duda de que ésta, llamémosla “especial sensibilidad” para captar algunas cosas que no son para nada normales, para presentir, la heredó de su madre del mismo modo que uno puede heredar el color de los ojos o la forma de caminar. Siempre recordaba cómo lo contaba cuando le sucedía. Decía que ella notaba como se sentaban en su cama. Y que al incorporarse y encender la luz, no había nada ni nadie en la habitación. También era conocida entre los familiares cercanos su facultad de olfatear cuando iba a ocurrir algo en el entorno inmediato.
Fuera como fuese, Nicolás siempre sabía cuando iban a hacer acto de presencia. Tal vez porque el dormitorio, al encontrarse justo al fondo de la casa, y al final de un pasillo, hacía que un sexto sentido le hiciera mirar no sin cierto resquemor al otro lado del mismo a veces, y solo a veces, cuando iba a acostarse. Y aunque para que ellos apareciesen no era preciso que se diese tal circunstancia, lo que peor sobrellevaba era el tenerse que quedar sólo en casa a dormir. Cuando esto sucedía, retrasaba hasta lo indecible la hora de irse a la cama.
-¿Anoche me escuchasteis gritar? –preguntó en mitad de un momento de silencio del almuerzo.
-Si –le responden.
-¿Y…? –interrogó.
-Soñabas. –afirmaron casi al unísono.
-No. No estaba soñando. –les dice. Le miran. Cara de sorpresa. Cara de no saber por dónde va en su comentario.
-Mirad –prosigue mientras les mira sucesivamente a los ojos. Es la primera vez que cuento esto a alguien. Pero hay una fase, llamémosla así, del sueño en la que soy plenamente consciente. No estoy dormido. Pero en la que sin embargo ni el más pequeño de los músculos de mi cuerpo atiende a cualquier orden que dicte el cerebro. Siento como una parálisis generalizada me impide conectarme con lo que me rodea. A continuación el pánico comienza a hacer presa de mí. Porque estando, no soy. Y, porque es en ese estadio en donde suele suceder lo que viene después. La aparición de formas más o menos humanas -de apariencias algo etéreas-, y que suelen comportarse según el caso.
-Anoche sucedió. Y me entró el pánico. Eran más de una. Y los saltos que daban en la cama llegaron a provocarme terror por el zarandeo al que sentía me estaban sometiendo –les dice mientras calcula sus reacciones.
-Con el tiempo –prosigue-, he llegado a desarrollar una fórmula para dejar ese estadio en que soy y me siento muy vulnerable: g r i t o. He conseguido poder llegar a gritar. Y a partir de que lo hago, todo cambia. Mis músculos empiezan a obedecerme. Recupero del todo las riendas de mi cuerpo. Y ellos desaparecen. De ahí el grito de anoche.
-¡¡ Joder ¡¡ -responde el chico más sorprendido que antes.
-Cambiemos de conversación –dice su mujer.
Y mientras seguían comiendo, las noticias en televisión adquiriendo mayor relieve, y entrando en otras conversaciones de índole bien diferente, Nicolás se preguntaba para sus adentros qué había sucedido la noche anterior en el dormitorio. Hasta donde acababa de contarles a su mujer y a su hijo era cierto. Los saltos de “ellos”. Su pánico. El grito. Pero aunque la conversación no hubiese acabado de la forma en que acabó no iba a contarles que volvió a dormirse, si, pero no sin antes dejar su cuerpo al desnudo retirando las sábanas en medio de la oscuridad más absoluta. Desafiándoles. Adoptando posturas tan lascivas como provocadoras. Mientras con el pensamiento gritaba pidiendo que lo hicieran gozar. Aquí estoy. ¡¡Vamos!! ¿Qué esperáis? -repitió hasta la saciedad en su mente, mudos sus labios, mientras continuaba moviéndose tan lenta como seductoramente se tocaba…
Y es que… Hay cosas de las que no nos atrevemos a hablar. Decirlas de viva voz puede llegar a hacernos parecer ridículos. Y llegar a poner en jaque y en entredicho la mayor o menor fama que podamos tener de personas sensatas y con la cabeza razonablemente bien amueblada. Por eso no se mencionan. Pero están ahí. Porque no por no mencionarlas dejan por ello de existir. Formando parte de lo que somos. Determinándonos.
©narbona
Etiquetas: grito, miedo, Mundos Paralelos, parálisis generalizada
4 comentarios:
Estoy de acuerdo, narbonilla...hay cosas de las que no nos atrevemos a hablar, pero están ahí, determinándonos, diferenciándonos, haciéndonos ser quienes somos y no otros...inquietante tu relato de hoy...
Aunque no me pase mucho por tu casa no te olvido, y siempre me sorprendes con algo diferente...sigue escribiendo, amigo!
Besos desde mi rincón paralelo.
FLORINDA
Cuando era pequeña y me daba miedo algo, me tapaba los ojos con las manos y para mí era como si despareciera, yo no podia ver así que tampoco me podian ver a mi. Pues lo mismo pasa con lo que no nos atrevemos a decir, lo escondemos y así parece que no existe . Como siempre me ha encantado tu relato. Un beso
Muy buen relato, me ha gustado mucho. Nos leemos, un abrazo. ;)
Impresionante, el relato tiene zonas muy sugestibles, realmente inquietante.
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