sábado, 9 de octubre de 2010

Microcosmos...







El piso estaba en silencio. Tan sólo llegaba el ruido amortiguado de las obras de la calle. Y allí dentro, todavía olía a ella. De ordinario no habría ido. Nunca lo hacía. Los lazos de sangre no siempre superan los desencuentros, las desavenencias. Aparentemente, todo estaba entre el orden y el desorden propios de nuestra cotidianidad. Sobre el sofá del salón aún permanecía amontonada toda una tanda de ropa como recién recogida del tendedero lista para doblar y planchar. Su ropa. La que no se pondrá nunca más –pensó con un cierto sabor de tristeza en el paladar.

Miró a su alrededor. Abrió con desgana un cajón al azar de un mueble próximo a donde ella estaba. Un tótum revolútum entre papeles y cachivaches diversos componía su interior. Escrupulosa como era en lo tocante a la intimidad de los demás, ahora tenía la sensación de estar invadiendo el terreno personal de alguien. Y aunque fuese el de su hermana, y tuviese de alguna manera que hacerlo, no dejaba por ello de sentirse una intrusa. ¿Por dónde empezar? –se preguntó. ¿Qué hacer con todas las cosas de quien no teniendo a nadie muere de manera inesperada? –se seguía preguntando. Y la pesadumbre que la embargaba no era tanto por la muerte en sí misma de Claudia -cosa que más bien le producía lástima por la vida tan seca que a su modo de ver aquella había llevado-, como por el protocolo inexcusable de tareas y papeleos que ahora se le venían encima a causa del desafortunado acontecimiento.

Atisbándolo todo, pensó de pronto en toda esa cantidad de enseres que constituyen extensiones de nosotros mismos quedando a la deriva –al menos allí y ahora-, huérfanos de quien ha dado sentido a su existencia. Aún inanimados, parecían estar expectantes ante la nueva situación producida y lo que de ella deviniera. Fue consciente en ese instante de cuan cantidad de cosas podemos llegar a acumular en el espacio en el que vivimos. De pronto se sintió observada de alguna forma que no sabía explicar. Y se inquietó por momentos ante la percepción de que su hermana pudiese aparecer en cualquier rincón para preguntarle con sus habituales malos modos qué estaba haciendo ella allí. Fue entonces, cuando sin pensarlo dos veces, cogió su bolso nuevamente y las llaves y salió del apartamento tan rápidamente como le permitieron sus pies. Si he de volver –se dijo ya en el ascensor de nuevo- lo haré acompañada de alguien. O no vuelvo.


©narbona

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2 comentarios:

A las 10 de octubre de 2010, 9:23 , Blogger Runas ha dicho...

Recuerdo la sensación que me produjo cuando lo leí la vez anterior, tal vez por los momentos por los que estaba pasando, quizá por eso se me quedó tan grabada cada una de las palabras. Me gustó y me sigue gustando aunque ahora mis sensaciones al leerlo sean totalmente diferentes. Un beso

 
A las 11 de octubre de 2010, 9:08 , Blogger chavela ha dicho...

-O no vuelvo.
Genial. Te he puesto un comentario en mi blog...A ver yo tiré primero ahora ...¿Te tocaba a ti? ;-)

 

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